El museo es una escuela

El museo es una escuela, eso rezaba una de las lonas que publicitaban la exposición Ni arte ni educación, en Matadero.

De todo lo que allí se exponía, me llamaron mucho la atención las hojas de reclamación de algunos museos nacionales. De todas ellas, la que más me sorprendió fue una del Museo del Prado:

queja museo prado

Cuando comencé a ir a los museos sola, sobre todo al Prado, los pasillos estaban vacíos. Allá a finales de los noventa no había enormes colas para entrar a la exposición, ni a la temporal, ni a la permanente. Para mí era como ese remanso dentro de la gran ciudad llena de ruidos y caos, el de la ciudad y el de uno mismo en plena adolescencia. Los sábados por la tarde tenía un par de horas reservadas para perderme entre los pasillos de ese gran Museo.

Silencio, soledad y turistas. Era un museo que parecía más un templo, como menciona la persona de la reclamación. Algunos íbamos para encontrarnos con esos dioses o magos de la pintura.

¿Son los museos un templo? A mí antes me lo parecía. No se podía hablar muy alto, más bien se cuchicheaba. La media de edad era entre 50 y 70 años. Y si le decías a alguien que ibas al museo te miraba con cara rara. Ir a un museo no era un planazo para nadie en aquella época.

Pero, por suerte, las cosas cambiaron y ahora se lleva ser cultureta. Poco a poco se fue generando esa cultura de visita museística los fines de semana. Y aquello fue a más. Los grandes museos abrieron cafeterías o terrazas para animar al público. Hasta llegó el momento en que eran mis amigos los que me llamaban para ir a un museo. Ha llegado a convertirse en un lugar de reunión, llegándome a recordar a esos cafés dónde se reunían los intelectuales de la época.

Me parece bien que para entrar en los museos se monten filas más largas que en Doña Manolita en Navidad, que la gente se interese y tenga ganas de ir a los museos o a salas de exposiciones, aunque sea porque está de moda o haya salido en El Hormiguero. Da igual, el caso es que van, y algo quedará. Puede que algo les haga clic en la cabeza. Uno no ama algo hasta que no lo conoce. Bienvenidos y bien hallados todos en los museos. Sobre todo los más pequeños. Es a esa edad cuando empiezan a educar el ojo, cuando son esponjas y cuando hacen las preguntas más increíbles.

Al visitante de la reclamación podría decirle que «El museo es una escuela». Luis Camnitzer ya hizo una instalación en Buenos Aires en 2013 con ese título y se instaló en una  quincena de museos. El Museo Guggenheim de Nueva York vende una postal oficial photoshopeada con ese rótulo en su fachada.

 

Para John Dewey, filósofo y pedagogo estadounidense, el conocimiento era experiencia y defendía que los museos debían ser un componente fundamental en la educación escolar. En su libro The School and Society representa su escuela ideal. En la siguiente publicación George E. Hein hace un resumen de las ideas principales de Dewey respecto a cómo sería su escuela-museo. El centro de la escuela sería el museo y de él saldrían las ramificaciones del laboratorio de física y química, el de biología, la sala de arte y la de música.

El Museo Nacional de Arte de Países Bajos se anima con  una interesante  iniciativa. Dejar a una lado las cámaras y dispositivos móviles para dibujar todo aquello que nos llame la atención. Que las salas de los museos se llenen de estudiantes de la asignatura de dibujo, de la de color o de anatomía. Sé que a algunos la idea de ver gente tirada en el suelo de una sala le resulta espeluznate. A mi la siguiente imagen me emociona.

Estudiantes contemplando Ronda de Noche, una de las obras simbólicas de Rembrandt. Más de cuatro metros de alto y casi otros tantos de largo. No es lo mismo estudiar arte en clase, con una diapositiva o una foto, que ver las obras en persona. Generar una emoción,  realizar un dibujo y, por lo tanto, comenzar un aprendizaje significativo.

El arte es historia. A través de él podemos contar cómo Ronda de Noche tuvo que protegerse al comenzar la II Guerra Mundial. – ¿Cómo sacaríais este cuadro? – Preguntaría. Añadiendo que pesa más de 150 kilos.

¿Por qué hay cordones de seguridad para ver las obras? Y dejar que piensen para después contarles que a ese lienzo le propinaron siete cuchilladas y unos años después lo rociaron con ácido. Y que gracias a las restauraciones se puede conservar casi como su estado original. Todo ello nos daría la opción de meternos de pleno en una clase de ciencias o tecnología. Podríamos pasar a hablar de las técnicas de rayos X, radiación infrarroja y ultravioleta que desvelan características no visibles al ojo. Los barnices se oxidan y, a veces, en las limpiezas, se desvelan datos ocultos. Como que Ronda de Noche no era de noche, sino de día, y que el barniz estaba tan viejo y oxidado que daba aspecto de oscuridad, pero representaba un hecho a plena luz del día. Este tipo de curiosidades suelen resultar muy interesantes y pueden ser enlazadas con la literatura y recomendar libros como el de La tabla de Flandes, de Pérez-Reverte o con las demás obras que han sufrido daños por motivos religiosos, políticos, descuidos o locura. Sin duda puede ser una forma para que aprendan a documentarse y estudiar de una forma más activa.

Retomando el hilo de la reclamación del Museo de El Prado y como futura pedagoga, quiero hacer ver que los niños deben ser bienvenidos e invitados a los museos. Como conservadora y restauradora de Bienes Culturales comprendo que una pinacoteca que custodie grandes obras no puede convertirse en un chiquipark. Existen los grises. Los niños pueden hablar, expresarse y lo más importante: convivir entre nosotros. Posiblemente, aquel día habría al menos 60 niños exaltados y emocionados por ir al Prado, pero también es verdad que hay mucho antiniño en estos ambientes y hay generaciones que hemos crecido en los museos-templo. Afortunadamente, los tiempos cambian y cambian las metodologías educativas. Hasta los diez años, más o menos, no pisé un museo. Y aún hoy recuerdo lo maravillada que quedé en mi primera visita al Museo de Ciencias Naturales de Madrid. Hoy van los niños con tres o cuatro años y vuelven fascinados. La cultura es de todos y todos formamos la cultura.

Un museo no puede funcionar meramente como lugar de custodia y depósito de obras. Hay que fomentar su función pedagógica. Era lo que Dewey planteaba en sus teorías. Entremos en los museos y formemos a alumnos activos que dibujen, que piensen, que indaguen. Hagamos que el aprendizaje sea significativo e interesante. Hagamos que el arte cobre un lugar destacado en la enseñanza.

Me gustaría saber la respuesta de El Prado. En mi opinión, los que quieran estar solos contemplando obras maestras y deleitarse en absoluto silencio con las grandes obras tendrán que formar su colección privada. Los tiempos cambian y en el siglo XXI el museo es una escuela.

 

 

3 comentarios en “El museo es una escuela

  1. Absolutamente de acuerdo con el título «El museo es una escuela»
    Desde muy pequeña mi padre nos llevaba a mis hermanos y a mi «a ver museos» él no podía contarnos gran cosas de lo que veíamos a penas sabía leer. Pero siempre nos decía que nos fijáramos que de allí se podía sacar mucho conocimiento.
    He visto varias veces todos los museos de Madrid antes de cumplir los doce años y esa emoción todavía me acompaña.
    He llevado a mis hijas de pequeñas y de mayores me han llevado ellas a mi y siempre hemos disfrutado en los museos.

    1. Beatriz, gracias por compartir tu experiencia. Sin duda, tu padre, aunque apenas supiera leer, sabía encontrar el conocimiento e hizo muy bien en llevaros a ti y a tus hermanos a los museos. No hace falta ser un experto en Historia o en Arte para ir a visitarlos, uno sale enriquecido después de recorrerlos. Siempre encontraremos algo en ellos que nos llamará la atención y se nos quedará en la memoria.
      Como bien dices, los museos son para disfrutarlos y hacerlo en familia es una gran opción.
      Un saludo.

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